martes, 4 de diciembre de 2007

EL JUAN, como aferrándose

Como aferrándose a un minuto final, ése del no retorno, se agarró con fuerza del pasamanos del micro en un salto enorme, tan grande como pequeño era él. Su cuerpecito se afirmó en el escalón y con un suspiro se quedó parado mirando la estación que iba quedando atrás. Y sus dientes asomaron entre los labios entreabiertos por el esfuerzo que había hecho. Con el bolsito al hombro se quedó largo rato con la vista en lo que dejaba. ¿Qué dejaba?...Nada. Ni mamá, ni papá, ni hermanos. La nada. Bueno, sí. Un sucucho donde se acostaba por las noches, después de repartir melones con Don Santo que ni siquiera le daba una moneda. ¡Y cuánto deseó siempre tener una moneda! Aunque sólo fuera para mostrársela a los otros, a quienes sus patrones sí les daban. Don Santo decía que con la comida y el catre, estaba bien. Y los siete añitos del Juan se habían acomodado al caldo donde a veces bailaba algún fideo y con el melón bien chico, consabido. Comida al mediodía no; porque había que repartir, Así, sin una moneda, un bolso raído, un saco de lana peor y un melón, el Juan hizo un esbozo de sonrisa al pueblo, le mandó un chiflido por saludo y se dijo “ chau, no vengo más”.
El tema fue que el que manejaba el micro era para él como un piloto de avión, con un uniforme parecido a los de las películas que veía en la tele del Tropezón, cuando podía y cuando andaba el aparato. El hombre le preguntó por su boleto y el Juan puso cara de nada. No le entendía qué le pedía. -¿y el boleto? ¿no tenés boleto? ¿no tenés plata para pagar el pasaje?. – No.- ¿Y pensás viajar de arriba? ¿No te dio la plata tu papá?- No tengo papá. No tengo papá, don, ni mamá, sólo tengo a Don Santo. -¡Mirá vos! ¿Y Don santo te manda a viajar sin plata?
El Juan bajó la cabeza, acostumbrada a tragarse los retos y tras su flequillo de pirinchos el hombre tardó muy poco en ver los ojos con lágrimas.
¿Por qué llorás? En tanto la señora del primer asiento miraba como al descuido, no fuera cosa que tuviera que pagarle el boleto al negrito ése y los demás del micro leían o dormían (¿dormían?).
– Don Santo no me dio plata. Yo me escapé; total a él no le va a importar, cualquier otro le va a repartir los melones.
El piloto – hombre - Manuel, le dijo que se sentara en el asiento del acompañante. El Juan nunca soñó con estar sentado en un micro al lado del que manejaba. Miraba adelante y se mareó, entonces empezó a mirar por el costado y nubes verdes pasaban a su lado y estrellas arrastradas por el suelo se movían en todas direcciones. En una parada, el piloto, que resultó gran amigo de viaje, le compró un sándwich de jamón. El Juan nunca había comido jamón. Lo investigó, ¡sí que estaba bueno! El hombre le compró otro y una gaseosa, de ésas que el Juan veía en el mostrador del Tropezón, que otros tomaban y él le tenía tantas ganas. Durante el viaje, cansado por las luces del tráfico, dobló la cabeza y se quedó dormido y Manuel lo tapó con su campera. -No vaya a ser que el aire acondicionado lo resfríe al pibe, se dijo.
Amaneció y el Juan abrió los ojos y recién se animó a preguntar a dónde iban.- A Buenos Aires, nene, ya estamos llegando. El Juan sabía de Buenos Aires. Que era lejos y que muchos del pueblo se perdían. Algunos no volvían más... Pero él estaba con el piloto y no tenía miedo, porque el piloto lo había cuidado a la noche. Y a él nunca lo había cuidado nadie ¡y eso que soñaba cada cosa! ¡a veces tenía tanto miedo!
Llegaron a la casa de Manuel y fue toda una revolución. El primero en aparecer fue Moro, un perro negro grande que lo lamió todo y después una señora muy linda que le dio un beso, le preguntó su nombre y le dijo que ella se llamaba Patricia.
Detrás, dos nenas lo miraban con curiosidad y a duras penas se presentaron. Una se llamaba Lucila y la otra Sandra y le dieron otro beso cada una.
Así comenzó la verdadera vida del Juan. Lo de antes era nada más que otra de sus pesadillas. El Juan pasó a ser Juan Agustín (Agustín elegido por las nenas) y de apellido Riera. Porque la adopción fue legal, ya que a él nadie lo buscaba y Manuel en sus viajes no encontró a alguno que le diera ni un solo dato.
Como las nenas eran mellizas y parejas en edad con él, hicieron la primaria y la secundaria al tiempo, en el mismo colegio del Normal de Villa Crespo. En las noches y en cualquier momento estaban los tres juntos participándose de lo acontecido y contándose sus amoríos o amistades.
Llegada la hora de decidir qué hacer, Manuel y Patricia comenzaron a ayudarlos a decidirse, pero ellos parecían bastante claros. Lucila quería ser maestra y terminar en el mismo Normal. Sandra, modelo y Patricia la ayudaron a buscar dónde aprender esa profesión. Juan Agustín jugaba muy bien al fútbol y Manuel lo llevó a las inferiores de Boca Juniors y realmente llegó a interesar. En cuanto lo vieron jugar, integró el plantel y de ahí en más su carrera fue meteórica. Para los Riera no sólo fue un sueño, sino un triunfo. El muchacho se fue a Europa con un contrato fabuloso y se convirtió en la figura del Barcelona, un crack.
Mientras, aquí en Buenos Aires, quedaba el matrimonio Riera, orgulloso, las chicas hicieron un cambio de carácter que sus padres no pudieron entender. Lucila ejercía en la misma escuela donde se había recibido de maestra. Sandra, tan bonita como Lucila, era la preferida de los fotógrafos de la moda por su porte y sus rasgos de un exotismo inusual. Cada una en lo suyo.
Pero no volvieron a juntarse para hablar de sus cosas. Casi no se veían y cuando lo hacían no encontraban temas para hablar.
Hasta que surgió el viaje de Sandra a Europa y otra revolución hubo en lo de los Riera. En un ataque e intempestivamente la maestrita enfrentó a su hermana gritando y llorando: ¡claro, está todo bien hecho! ¿Por qué me ocultaste que lo amabas? Los padres no entendieron hasta que llegó la respuesta de Sandra: - Sí, voy a verlo. Lo quise siempre. Estoy segura que en cuanto llegue a Barcelona y nos encontremos, haremos los preparativos para casarnos en Buenos Aires como lo soñé siempre.
Por la mañana, la madre encontró el cuerpo de su hija con una herida de bala en el corazón y libros y cuadernos salpicados con sangre. En tanto el Juan, regresaba de Europa sin sospechar la tragedia, a pedir le permitieran casarse con Lucila, esa maestra incomparable, la mujer de su vida.

4 comentarios:

Willie Heine dijo...

Sonia te cuento que terminé llorando. Te felicito.!!! Un abrazo Merci

Martín Vargas dijo...

Fatal, dolorosamente real, descarnado y tierno a la vez. Y aunque no terminé llorando porque mis lágrimas andan de huelga (indefinida), me sobrecogió el relato. Avanti argentina de espejuelos y cabellos de tallarín.
Saludos desde Lima

Sonia Cautiva dijo...

Gracias Merci, Gracias Martía, dos poetas que me enseñan mucho.
Gracias
UN ABRAZO

Sonia Cautiva dijo...

Martín Vargas. Quise agradecer tu lectura y escribí Martía. Se me escapó la letra, que no está muy cerca, pero...Disculpame.
Otro abrazo